miércoles, 9 de junio de 2010

¡Menuda birria!



En febrero de 1875 Tchaikovsky estaba bastante nervioso. Había finalizado su primer concierto para piano y se lo había dedicado a su mentor, el eminente pianista Nikolai Rubinstein. Cumplidos ya los 35 años su vida tomaba un rumbo inesperado ya que unos años antes había abandonado su puesto de funcionario para dedicarse por completo a la música. Fue Rubinstein quien le ofreció la plaza en el conservatorio de Moscú y ahora tenía la oportunidad de mostrarle su profundo agradecimiento interpretando para él, en una sesión privada, su primera gran obra.

Pero la reacción de Rubinstein fue implacable, le dijo que esa obra estaba escrita de forma incompetente, que no tenía ningún valor y que era imposible tocarla al piano. Después de que se le bajaran los humos le exigió a Tchaikovsky hacer varios cambios si quería que él la interpretara al piano. Tchaikovsky se negó en redondo y abandonó la casa de su maestro. Tachó la dedicatoria y siguió decidido a lograr su sueño.

Y lo logró. Rubinstein tuvo que cumplir su penitencia tocando varias veces en público la pieza de su discípulo.

Reaccionar de forma hostil frente a una nueva idea no tiene ningún mérito, lo difícil es vencer nuestra resistencia y aplaudir. Ese aplauso no irá dirigido a la idea porque tal vez no podamos valorarla en un primer momento. El aplauso en este caso forma parte de la ceremonia de la victoria, la victoria que significa reconocer que alguien ha sido capaz de asumir un riesgo y romper las reglas.

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